Tomé tu mano y lentamente te halé hacia la orilla. Miré fijamente tus ojos azules y la expresión de tu rostro entre asustada y sonriente. Tu cabello húmedo enmarcaba tu rostro y le daba un brillo blanco, inmaculado.
Me quedé extasiado contemplándote casi cinco minutos. Hasta que llegó la ambulancia y te llevó. Juro por lo más sagrado que, si sobrevives, aprenderé a nadar.
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